viernes, 19 de agosto de 2011

¡Mamá, me caso!



Desde hace poco más de un año, esta frase acompaña mi vida y no soy yo comunicando un feliz enlace. Mi hija se encuentra inmersa en la búsqueda de lo que durante mucho tiempo hemos llamado 'la media naranja', que a veces puede convertirse en el medio limón.

Todas las madres nos preparamos para escuchar un día la frase de marras,  claro que siempre esperamos y deseamos que sea la persona correcta. Mi madre siempre se opuso a mis parejas, y yo, que juré que nunca intervendría en las decisiones de mis hijos, ahora me he visto en la obligación de expresar mi negativa y no es por ser por ser autoritaria o dictadora, ni porque el novio no sea el candidato adecuado.

El corazón puro y sincero del pretendiente no están en cuestión, lo que ocurre es que la pareja tiene sendos 5 años de edad y es muy corta su existencia para ponerse en esas lides. El novio es un niño de su clase y lo que le enamora de la damisela en cuestión es un peculiar peluche. "Mama,  'M'  quiere casarse conmigo para poder jugar con mi dragón rosa". 

Pero esta, no es la primera vez que en casa se habla de un matrimonio de estas características. " Mamá, quiero casarme con 'A'", distraída yo en las labores de la casa le dije: "pues pídeselo". Unas semanas después, mientras cenábamos, mi hija me comunicó que había sido rechazada. "Mama, 'A' no quiere casarse conmigo porque dice que él prefiere al lobo de la Caperucita Roja". La sorpresa o el miedo a lo despertado con mi respuesta irreflexiva, hizo que me quemara con la sopa.  

"Y yo tanto que le quiero mamá y él enamorado del lobo" decía entre sollozos. Olvidando mi sufrimiento bucal, pensé que mi niña sufría más que yo, le habían roto el corazón por primera vez, su carita triste me hizo reflexionar en lo importante que son nuestras circunstancias para cada uno de nosotros, mi hija sufría pero como todos se recupero; claro que a ella el enamoramiento le duro dos telediarios y una película de animación.

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