lunes, 10 de septiembre de 2012

Historias nada Corrientes


                                       Happy End


Hoy he vuelto a ver a una  persona a la que hace 4 años deje desconsolada y sola. Hoy le he visto con la página ya volteada, en otro capitulo de su vida, uno más alegre, más pleno; le he visto  satisfecho, tranquilo y no he podido evitar emocionarme.

Verle ha sido desear estar como él a su edad, con la mano de alguien entre las mías, dando un paseo por el bosque al mediodía del final del verano, cuando el sol ya no es tan fiero y el aire sopla aún cálido, pero lejos de las canícula estival.

Verle ha sido acabar de exorcizar la rabia que llevaba dentro, que era tanta, tan contenida y asfixiante que me impulso como un resorte a ponerme las zapatillas de correr y escapar al medio de la nada, a 28 grados de temperatura.

Mientras corría montaña arriba, pensaba en que hacía algo de provecho, transformaba sensaciones negativas, convertía mi cólera en sudor, en trabajo, en esfuerzo, en conquista de mi misma y así pensando, iba poniendo una sonrisa en mi cuerpo que me ayudaba a seguir.

Pensaba en los años invertidos, en la niña hermosa que me ha regalado la vida pero que ahora, a  sus 6 años, guarda tanta o más rabia que yo y no sabe como canalizar; yo le digo que pinte que dibuje, que hable, pero ella no siempre procesa mis recomendaciones.

Ayer al irse a dormir me dijo que quiere que su madre haga lo que más le gusta y que sea feliz: "quiero que escribas mucho mamá y que te publiquen muchas revistas, pero también quiero jugar contigo", me dijo acariciándome y llenándome de besos.

Y la lágrima me cayó, sus dulces palabras retumbarán por siempre en mi cabeza, como otras que también me hablan de amor y de un futuro feliz, por eso hoy que vi  feliz a aquella persona que no veía hace 4 años, sentí más que nunca que la vida es armonía y que estamos obligados a encontrarla.


"Te presento a mi compañera" me dijo y a mi se me volvió a caer un lágrima, a mi que sólo era la persona que le conocía porque somos vecinos y porque yo tenía un establecimiento, en el que él y su esposa venían a comprar cada día.

He querido hablarle, he querido saber cómo está, pero no ha sido necesario que diga nada más, el enseñarme sus manos unidas y decirme "te presento a mi compañera", ha sido suficiente para que ambos recordaramos como sufrió, la pérdida de la que fue la mujer de toda una vida.

Ella era morena, guapa, caminaba altiva, sonrisa amplia, anteojos, siempre iba los labios pintados, cosa extraña en las mujeres europeas, que suelen ir con la cara muy lavada a cualquier edad, pero ella iba siempre atractiva y bien arreglada.

Ella era amiga de mi madre, las dos tenían esa discreción y ese saber estar que hacen señora. Ella un día supo que tenía cáncer, la veía cada día ir a la compra, o al mercado semanal con el marido del brazo, contento de caminar a su lado, se les veía bien juntos; luego la enfermedad la devoró.

La mujer guapa comenzó deteriorarse, él se esforzaba porque ella no lo notase, él era fuerte delante de ella, pero cuando estaba sólo, al preguntarle cómo estaba, él derramaba una lágrima y se avergonzaba por no poder contenerse y decía: "adiós".

La enfermedad avanzo inexorablemente, al final ella ya no salía de casa, desde la mía sólo veía las persianas de su habitación a medio levantar y a ella, a veces, mirando tras las ventanas. Las dos nos saludábamos con la mano y nos sonreíamos.

Cuando ella se fue, él también se encerró, sólo lo veía encargándose de las tareas de la casa, pero dejo de salir al mercado semanal inflado como un pavo porque llevaba del brazo a su mujer, luego yo me mudé de pueblo en busca de mejores horizontes empresariales y luego regresé de vuelta de todo.

Hoy le he vuelto a ver y me ha dicho "te presento a mi compañera" y yo he sentido que el corazón me daba un vuelco, me ha enseñado sus manos entrelazadas y no ha sido necesario explicar nada, me ha sonreído y no ha tenido que decir nada más.

"Te presento a mi compañera" ha dicho y yo ya no he podido entablar una conversación, aquellas de manual, de las que en verdad no quieren enterarse de nada, sólo parecer interesados en el otro, pero no sabía que el tiro me saldría por la culata, que al no querer involucrarme, la lágrima asomaría.

"Te presento a mi compañera" me ha dicho y me ha enseñado sus manos, ambos han sonreído cómplices y yo he deseado llegar a la edad de ellos acompañada y feliz. Y yo he deseado que cuando tenga más de 70 años alguien diga de mi "te presento a mi compañera" y enseñe nuestras manos.